La vida de todos nosotros andaría mucho mejor si renunciáramos de una vez a la idea del placer absoluto, la felicidad absoluta, el orgasmo absoluto, la fiesta total y definitiva. No hay tal fiesta. Nada de eso existe. Tampoco la tragedia completa. Existe la muerte que, sí, es una clara interrupción. Pero lo demás entra al universo de lo relativo. No se equivocó Freud cuando escribió que el ser humano está atravesado por la aspiración siempre constante y jamás realizada de alcanzar un fin imposible, es decir, la felicidad total y absoluta, eso que algunos depositan esperanzados en un hipotético placer sexual igualmente completo. Todo es no todo, enseña Lacan. ¿Que lo parcial no brilla tanto como lo total? Es cierto. Pero mejor un parcial bien servido que un absoluto falso y, además, inalcanzable.
L.
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