viernes, 30 de agosto de 2013

Cierto cansancio


Se cansa uno de estar cansado y se cansa, también y sobre todo, de la queja eterna. Estoy cansado. Los trabajos se amontonan como sapos y no acaban de saltar. El cuerpo se estira como chicle, se encoge, cae y vuelve a levantarse. Ojos lentos y pies casi dormidos. Estoy vencido. Todo sueña en el ser abrumado de exudar la gota fría y espesa. ¿Hasta cuándo resistirán las horas? Se cansa uno de repetir frases ya pronunciadas y cansadas de escucharse a sí mismas. Se cansan los otros, además, del deslizamiento, de la vieja monserga del hombre viejo y tendido en su lecho de vida. La experiencia, la conciencia, la insoluble vehemencia. Cansadas palabras y camisas puestas a secar. Los días, las noches, las voces que un día no habrán de escucharse. Cierto cansancio compartido como se ahueca el amor en una noche de esas que tanto cuesta evocar y desarmar.
L. 

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