Según el mito socrático el acto de amar sirve apenas para engendrar una multitud de hermosos y magníficos discursos. Al parecer las divinas parrafadas no alcanzan a alojarse en ningún lado. La espera del ser amado ayuda a encender la doble llama. Estoy enamorado porque espero, supone Barthes. Pero también la espera cansa, o peor, termina en algún momento. ¿Y después qué? Debemos admitir la existencia de un silencio erótico que no se deja tomar ni clasificar. Podemos contornearlo amorosamente y hasta con cierto grado de precisión. Pero jamás atraparlo y menos aún obligarlo a decir lo que no quiere. La erótica del vacío dispara una catarata de palabras y un torrente no menos fluido de dudas. También despierta en los protagonistas la sensación de estar viviendo una experiencia que, siendo incomunicable, es única. Pero en el momento en que los amantes se quitan la ropa, y revelan el misterio, se pierden y comprenden, con algún desconcierto, que las formas empiezan lentamente a diluirse o convertirse en espejismos.
L.
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