Y pensar que uno creía conocer a personas con las que incluso compartió intimidades máximas. Y pensar que de pronto descubrimos que nada nos unía a esas personas. Nada no sólo en lo ideológico, que a la larga es lo que menos importa, sino también en lo que se relaciona con la afinidad en el sentido más amplio, sabio e intangible del término. Y así aprendemos. A los golpes o gracias a descubrimientos repentinos y definitivos que nos abren los ojos, también el corazón, para siempre jamás.
L.
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