Grusswillis no duerme bien. Se lo confesó al psicogato de los techos en la última sesión. “Tuve sueños raros”, le dijo. El analista de lentes y bigotes le pidió a mi gato que le contara algunos de esos episodios oníricos. “Soñé que me castraban”, empezó con algo que le encantó al especialista aún sabiendo que el dato era falso. “Sueño con serpientes”, mintió otra vez en obvia referencia a un tema de Silvio Rodríguez. El psicogato escuchaba mientras comía su porción de alimento balanceado. “Eso no interesa –replicó el doctor con impaciencia-. Son restos diurnos”. Grusswillis no entendió de qué le hablaban pero sospechó que debía ir al punto. A continuación inició el relato cierto de su última pesadilla. “Yo estaba en la cueva donde Gatúbela se desnuda por las noches. Mientras se desvestía sonreía mostrando dientes y garras. Me quise acercar pero ella emitía sonidos aterradores. Primero se quitó las bragas (aclaro que mi gato está leyendo novelas eróticas inglesas traducidas en España), luego el sostén, y finalmente quedó en pelotas o en pelos, no recuerdo bien. Me propuso follar pero me negué. Entonces vi que aparecía la siamesa por atrás y saltaba furiosa sobre el cuerpo de la batiestripper. Mordía las nalgas de Gatúbela, rayaba sus pechos, casi la descuartiza. De pronto las dos desaparecieron y una sombra sin forma se acercó amenazante. Empecé a correr hasta desembocar en una laguna llena de tiburones que en un sentido me atraían (por el olor) y en otro me daban miedo (por el tamaño). Cuando desperté algo o alguien gritó muy fuerte”. El psicogato encendió la pipa que siempre tiene lista para estos casos. En el consultorio lleno de humo se hizo un silencio largo. Hasta que el analista habló. “Gatúbela es claramente una fantasía anal, la siamesa es su mamá insatisfecha, la sombra es el deseo libidinal no realizado”. Grusswillis comprendió que había llegado la hora de partir. Pagó a desgano con una bolsita y media de Urinary Care y regresó a mi casa. Antes de dormir alcancé a oír su inesperada conclusión. “El psicogato es un gilipollas", susurró usando una palabra leída hace poco en Memorias de una gatita rusa. No la entendió pero sonaba bien. Fue inútil que yo defendiera el valor de la terapia en momentos de duelo y melancolía como el suyo. Esa noche mi gato durmió bien por primera vez en tres semanas. Yo aproveché para robarle todas las novelas eróticas y -a partir de entonces- empecé a tener sueños muy raros.
L.