Y de eso hablábamos con Lara la mañana en que se soltó el pelo como queriendo convertirse en una tormenta de hojas, un remolino, algo parecido al viento o a los barcos. Ella decía que era su manera de salvarse. Yo pensé que estaba loca. Se soltaba el pelo, lo volvía a atar, abrazaba un piano, imitaba a las ramas del árbol más alto del bosque. A Lara le gustaba encerrarse en una jaula para probar que escapar es posible. No sé cómo hacía para torcer los alambres a último momento. En la cama era igual. Me hacía creer que yo manejaba los hilos cuando de pronto se daba vuelta, me atenazaba con los muslos, se reía con fuerza y terminaba sometiéndome a sus caprichos. Después yo solía decirle que no siempre es bueno atarse a un piano. A cualquier cosa en realidad. Ella replicaba que una soga puede ser un puente a la libertad. Y en eso íbamos cuando un día –una tarde- señaló con la mano las zapatillas colgadas en un cable. Bajo la lluvia oscilaban como alas destrozadas. Parecían vivas. Yo le dije y qué. Y ella me dijo que le gustaría colgarse también y mirar el mundo desde ahí. La tomé de la cintura y le pedí que se calmara. Le aclaré que no hacía falta subirse a ningún lado para sentir el aire o las nubes. Y que no debía llenar su cabeza con pájaros de humo. En aquel momento pareció entender y aceptó mis objeciones. Luego caminamos hasta no muy lejos de la estancia donde nos conocimos. Escribo este informe a pedido del juez. Porque el acto que cierra la secuencia sigue siendo un enigma. Lara se colgó del cable, como si fuera una zapatilla, y se quedó ahí, oscilando como un badajo de campana. Después se esfumó y es todo lo que puedo decir. Pasado un tiempo borré las huellas, me casé con una europea y tuve con ella dos hijos preciosos. De tanto en tanto (sin embargo) miro una foto borrosa de Lara. Es la única imagen que salvé del fuego. La sorprendí en ese modo tan suyo de atarse el pelo para volver a soltarlo, el mismo gesto que un día me llevó a caminar sobre las aguas y luego me alejó del cielo para siempre.
L.
Que gran historia. Me paralizó y me dió ánimo, un inmenso ánimo de seguir y arrancar.
ResponderEliminarGracias.- Beso
Más de cien palabras, más de cien motivos
ResponderEliminarpara no cortarse de un tajo las venas,
más de cien pupilas donde vernos vivos,
más de cien mentiras que valen la pena.
Me acordé de este tema de Sabina, "Más de 100 mentiras"
y vale la pena seguir pensándolo.
Lara intuía lo incognoscible y fue a buscarlo. Sabía que para ese viaje había que estar ligero de equipaje. Vuelve en el recuerdo que es la forma en que eligió vivir . No creo que te haya alejado del cielo para siempre por eso de tanto en tanto su imagen regresa.
ResponderEliminarGraciela B
No se entiende nada pero el relato es atrapante.
ResponderEliminarMika
Luis, está buenísimo!
ResponderEliminarConfieso que en la cuarta línea cuándo pensaste que estaba loca, ya me imaginé que se pegaba el palo.
Muy buen relato.
¿es real?
e