viernes, 13 de noviembre de 2009

Jardín prohibido I


Va a llover, ya está lloviendo, las gotas se destrozan con placer en el mosaico. Debo tener ocho años, a lo sumo diez. Descalzo, casi brutal, empiezo a lanzar gritos de indio malo. Sólo me faltan tatuajes en la espalda y los tambores que llaman a la guerra. La guerra es un ruido muy lejano. Derivo por el patio hasta desembocar en el jardín. También la tortuga ha salido a corretear bajo la lluvia. Todavía el perro no tragó su cabeza. Todavía no murió mi padre. Y mi hermana (todavía) no se volvió loca. Adán y Eva no fueron expulsados. Mis hijos no nacieron. No conocí a esa mujer que luego olvidaría. No voy a llorar. Salto en alto, salto con los pies, triple salto mortal. Soy un maorí desacatado y sin moral. Me bajo el cierre del pantalón, orino contra el ligustro, aplasto con los pies unos cuantos caracoles, imito el gesto escurridizo de la iguana. Mamá, desde la puerta, agita sus brazos y me llama. Para que no me vea trepo al naranjo del fondo. Porque en el fondo todos somos buenos.

L.

2 comentarios:

  1. Un niño crece. De repente escucha tambores. Lo alientan. Los sigue. Aparece el jardín cómplice. Las ramas del naranjo se estiran, las trepa y lo ocultan.También ellas son buenas.
    Graciela B

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  2. Este relato me recuerda Mi Planta de Naranja Lima, por lo mágico y real que parece el pensamiento infantil dicho desde un hombre evidentemente mayor de 30(para no herir susceptibilidades).
    Me apsionó leerlo
    e

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