Las espinas del tronco me lastiman. Siento en la cara el oscuro latigazo de las ramas. Estoy llegando alto. Aquí no van a descubrirme. Pronto voy a volar en el cielo gris. Abajo, muy abajo, se vive de recuerdos alegres. Aquí arriba no llueve y nadie ha muerto. Aquí no hay violaciones ni perros ni disparos. Debo estar pisando el paraíso sin saberlo. Mi madre se ha cansado de gritar: debe estar haciendo la revolución en algún lado. Un pájaro se ha posado en mi cabeza. Ahora es mi padre el que amenaza. Ya no hay nubes ni escaleras. Debo tener quince o veinte años. A lo sumo treinta. Mi hermana dio el último portazo y se fue. Una desconocida cuelga la ropa interior recién lavada. Se sienta luego en un sillón de mimbre y lee con desgano. Puedo espiarla mientras se toca las piernas. Un hombre la besa -después- con boca de lagarto. Estoy solo. Mejor me duermo, mejor me callo, mejor me rindo.
L.
El tiempo pasa. Los rasguños son inevitables también de aquellos que nos quieren. La desilusión se atreve. Ya no hay un naranjo en el fondo. Rendirse es posible.
ResponderEliminarGraciela B