miércoles, 31 de julio de 2013

Escribir bien

¿Qué significa escribir bien? La pregunta carece de una respuesta unívoca y definitiva. Si existiera estaríamos rodeados de miles y millones de libros magníficos y ejemplares. Pero no es así. Los libros que nos cambian la vida, o al menos la enriquecen notablemente, son muy pero muy pocos. Pero volvamos a la pregunta inicial. ¿Qué significa exactamente escribir bien? ¿Usar muchos adornos? Seguro que no. Para eso está la crema que embellece las tortas de cumpleaños. ¿Asegurar la concordancia sujeto/predicado? No sería suficiente. ¿No cometer faltas de ortografía? Con Internet eso ya dejó de ser un problema. ¿Ser francos? ¿No engañar? Depende. Muchas veces las intenciones de franqueza terminan en un largo listado de vulgaridades, ideas bien masticadas, libros divertidos que no dejan nada ni en el alma ni en el cuerpo. ¿Entonces hay que mentir? ¿Usar malas palabras? También depende del caso. Decir pija o concha en vez de pene o vagina puede funcionar solamente en determinados contextos. La palabra puta suele ser muy digna pero a veces sale de registro. No va. Y lo mismo con otras voces. ¿Escribir bien es contar historias interesantes? De ningún modo. Una buena historia no asegura un buen relato. ¿Escribir bien es hacerlo como Cortázar, Borges, Rulfo, Joyce o Saramago? Tampoco. Sería ridículo e imposible escribir como lo hacen otros. El objetivo es escribir como uno. Y acá vamos llegando a una respuesta que no es tal. Escribir bien sería dar con la voz propia. Pero eso no alcanza. ¿De qué voz se trata la voz propia? ¿Es realmente interesante lo que dice? ¿Hay verdad en ella? Parafraseando a Lacan podría decirse que escribir bien es ejercer violencia contra el uso cristalizado de la lengua. Esto último no es fácil de entender pero por ahí va la cosa. Resistirse a las ideas comunes, a las frases hechas, a los pensamientos cómodamente aceptados. De algún modo escribir bien es escribir mal, destruir lo que conocemos como literatura consagrada, empujar los límites, buscar algo que se ubica un poco más allá de la palabra. ¿Y cómo se llama eso? Imposible responder esa pregunta en un blog como éste y en cualquier otra parte. Pero bueno. Algo se ha dicho sin embargo. Pero lo que se ha dicho... ¿está realmente bien escrito?
L. 

martes, 30 de julio de 2013

Instrucciones para visitar el blog


Este blog ya cuenta con varios años de existencia y estamos cerca de las seis mil entradas, esto es, seis mil textos, fotos, videos, músicas, fragmentos, provocaciones, filosofía barata y cara al mismo tiempo. Si llegaste por primera vez a este lugar lo ideal es o sería que busques en las etiquetas de al lado los temas que más te importen. Es verdad que con el tiempo nos fuimos olvidando de poner etiquetas al pie de los posteos y hay un montón de textos que están flotando en el aire como perdidos en la niebla. Pero se los puede encontrar usando el buscador mediante palabras clave. Grandes temas como filosofía, sexo, amor, literatura, escritura, arte, psicología, vida cotidiana y demás pueblan este espacio ilimitado. Eso no significa que todo sea de un nivel parejo. Hay textos que deberían ser reescritos en parte, otros que están más o menos bien y otros que deberían ser borrados ya mismo y con la mayor energía. Si Andrea y yo no lo hacemos es más que nada por pereza, como dicen en Colombia. Lo cierto es, en definitiva, que una vida entera no alcanzaría para leer Suspendelviaje como Dios manda. Además tenemos blogs hijos de éste como Pessoas (se lo encuentra en la lista aunque lo tenemos un poco olvidado) y otros que hicimos para dar a conocer los textos ganadores en los dos concursos literarios que ya hicimos con premios, ganadores y todo. Cualquier consulta sobre lo dicho y lo no dicho...aquí estamos.
Andrea y Luis

El gran desfile


Las redes sociales, Facebook en especial, componen un gran desfile de modelos. Eso resulta comprobable mediante la cantidad de fotos que aporta cada cual -pueden llegar a ser cientos y miles-, en la espera de aplausos ante cada posteo, en la actitud de mostrar lo mejor de cada uno como hacen las modelos en las pasarelas. No se sienten los olores, no se ven las manchas, no se adivinan siquiera las mínimas estrías en la piel. Las redes sociales, Facebook en especial, terminan convertidas en un baile de máscaras como esos que se hacían en la Edad Media. Y todo con una bonita ventaja adicional. El maquillaje no se derrite jamás. Ni en caso de muerte. Los aplausos siguen sonando y sonando hasta el final de la fiesta y aún después. 
L.

Ignorancia consagrada

Freud, viejo optimista de las Luces, creía que alguna vez las ilusiones y el autoengaño se disiparían para dejar lugar a los avances del mundo científico y a las verdades parciales. El freudiano Lacan, por el contrario, era escéptico en ese punto. Pensaba que la ignorancia como sistema de vida terminaría derramando sentido en todas las direcciones imaginables hasta asfixiar cualquier tentativa de entender lo que pasa y nos pasa. Basta mirar el mundo así sea superficialmente para confirmar que Lacan tenía razón. Una gran mayoría de la población humana se la pasa levantando altares, encendiendo velas, arrodillándose ante la mentira en cualquiera de sus formas y contenidos. Y nada indica que eso vaya a cambiar. Algunos, unos pocos, resistirán sin embargo y seguirán buscando mínimas certezas, también nuevas dudas, admitiendo en silencio que vivimos todos en la mayor incertidumbre de los tiempos.
L.

Habitando lo que nunca fue

lunes, 29 de julio de 2013

Ideas generales

Vivimos en la era de las ideas generales, las frases que parecen importantes de tan repetidas, las teorías de digestión fácil y olvido veloz. El amor, sin ir más lejos, no es una idea general, no es una teoría, no es un hermoso discurso para pronunciar en el día de los enamorados. Amor es el que ama o la que ama. El mensaje no está en la palabra sino en los mensajeros. Y así con todo lo demás. Las ideas generales sirven para tranquilizar a las mentes dormidas y bien acomodadas. Las ideas particulares, en cambio, molestan, alteran, obligan a pensar lo único que siempre es extraño, raro, asombroso. Lo único, lo que pasa una sola vez, lo que no se olvida jamás. 
L.

La calma

Optimismo en la acción


Se atribuye al pensador italiano Antonio Gramsci haber acuñado una máxima que todavía hoy tiene un considerable valor. Pesimismo en la idea/optimismo en la acción. Del famoso lema se desprende una mirada sombría respecto al futuro del mundo y, al mismo tiempo, un elogio explícito de la acción como la forma más alegre de abordar cualquier tarea encaminada a cambiar la vida así sea parcialmente. Es cierto además que el optimismo de la voluntad, traducción más precisa del postulado gramsciano, es algo que caracteriza a no pocas personas aún en este presente difícil, confuso y desangelado. Hombres y mujeres que no dejan de golpearse la cabeza contra la pared del amor, la pared de la vida cotidiana, la pared de los sistemas filosóficos, la pared de la política, la pared del sexo, la pared de la desgracia. Mujeres y hombres para los cuales algún día ese muro va a caer y suponen con mayor o menor ingenuidad que el deseo de alcanzar un mundo mejor cristalizará dejando paso al hombre verdadero, a la mujer verdadera, a la vida verdadera, al proyecto de justicia y belleza que tantos imaginan y que hasta el momento, debe admitirse, no se ha realizado. ¿Por qué? Acaso porque aún vivimos sin saberlo en la prehistoria de la humanidad.
L. 

viernes, 26 de julio de 2013

La fragmentación


Y de pronto los cristales de la gran ventana estallan en el aire como un revuelo de, no sé, palomas. Digamos palomas por decir algo. Y de pronto lo que parecía un cuerpo único, la unidad concentrada en un gesto, se derrumba convertida en nada. Y de pronto el mundo hasta ayer tan sólido se ve a sí mismo en un curioso estado de caída libre o parálisis. La fragmentación. Los pedazos. Y entonces llamo a la fuerza pública, a las enfermeras que antes venían presurosas, diosas todas del paraíso perdido. Pero ninguna responde al llamado. O sí. Una dice que está en una reunión. Tantos libros y altares inútiles a mi alrededor. Tantas cartas y mensajes electrónicos o daltónicos travestidos en perfectos restos de basura desechable. Divinos contactos condensados en un ramo de fantasmas. Estampida de elefantes en la noche. Ni siquiera la palabra caos viene en mi ayuda. ¿Adónde fueron a parar los cristales de la gran ventana? ¿Voy a salvarme una vez más por el fragmento? Soy ahora el papel roto y transformado en no sé qué. Digamos no sé qué por decir algo.
L. 

Instante

Buena educación


El escritor peruano Julio Ramón Ribeyro (1929-1994) distinguió con energía el significado de las palabras cultura y erudición. Por cultura entendía un saber amplio, profundo, no basado exclusivamente en datos sino en relaciones y experiencias bien leídas y meditadas. El autor definía la erudición como un saber tan inútil como acumulativo. Hoy, como se sabe, todo eso puede obtenerse fácilmente mediante un buscador de Internet. Ribeyro fue claro en el punto. Los conocimientos de un hombre culto pueden no ser numerosos. Pero son armónicos, coherentes y, sobre todo, están íntimamente vinculados entre sí. El erudito, como el avaro, guarda su patrimonio en una media, ahí donde sólo cabe el enmohecimiento y la tediosa repetición. En el primer caso el conocimiento engendra conocimiento. En el segundo todo se resume en una alocada y vacua lista de nombres, fechas y acontecimientos. Por eso mismo, concluye el autor de Prosas apátridas, el componente de una tribu primitiva que posee el mundo en diez nociones básicas es más culto que un especialista en arte sacro bizantino que no sabe freír un par de huevos.
L.

jueves, 25 de julio de 2013

Mala educación


El objetivo de la educación ejercida habitualmente por padres, licenciados y maestros apunta a domesticarnos y adaptarnos. Obedecer las órdenes fue y sigue siendo un signo de buena educación. La escuela nos entrena para reprimir hasta las ganas de hacer pis. También para olvidar lo que somos y repetir como loros la palabra loro. Los maestros deberían enseñarnos lo contrario, es decir, educarnos para desaprender uno a uno los buenos modales y estimular en nosotros la fidelidad al deseo y a la verdad por más parcial que sea. Los malos educadores, en cambio, nos imponen la hipocresía como estilo y la resignación como sistema de vida.
L.

Y si ese ya no es un mar

martes, 23 de julio de 2013

Sábanas


Entonces me despertaba y mi madre decía “hay que cambiar las sábanas”. Marlén iba a lavarlas. Ella, la del cabello largo y rizado, la que a veces se quedaba absorta en la cocina escuchando vallenatos y pensando tal vez en otras vidas posibles. Yo, simplemente alegre, sacaba las sábanas de mi cama y luego, en la tarde, las veía limpias  y colgadas en el patio de la casa. Después del almuerzo salía corriendo y me metía entre las sábanas húmedas como si fueran un túnel con olor a jabón. Jugaba así. Recorriéndolas de un extremo a otro y a veces cayendo sobre el prado ensombrecido. Me di cuenta de que había crecido cuando un día me desperté y mi madre me dijo “hay que cambiar las sábanas”. Eso ya no me produjo ninguna emoción. Desde entonces preferí quedarme en la cocina junto a Marlén escuchando vallenatos y pensando en otras vidas posibles.
Andrea

La víctima


Lo que menos importa en el mundo inmundo que habitamos es la voz débil y atronadora de la víctima. En ella se esconde un sonido que pocos están dispuestos a oír. Una desgracia, un disparo en la noche, una evidente incomodidad. La víctima es quizás el único ser dueño de una verdad así sea parcial y de poca monta. La víctima ha sobrevivido a algo terrible. La torturaron. Le pusieron un arma en la cabeza. La golpearon duro y la condenaron a muerte. Por azar o quien sabe por qué la víctima tuvo mala suerte y sobrevivió al horror. Este último hecho, la sobrevivencia, molesta visiblemente a la sociedad feliz y satisfecha. Nadie quiere saber nada de ella. Pero, qué pena, ahí está aún. La víctima permanece desnuda y en silencio en medio de gente vestida que no para nunca (nunca) de gritar.
L.

domingo, 21 de julio de 2013

Sombras

Todas esas sombras que asombran en la piel, esas curvas femeninas o animales que cubren la pintura de amargura, quiero decir, esas manos invisibles y livianas, las de un ángel herido de muerte, todas las ilusiones ahí estampadas a nieve y fuego van a quedar en cero cuando la reina llegue y salga por fin de la ducha, tan débil entonces como esas líneas de aire, como esas lunas manchadas que parecen juegos de niños en la pared a punto de cristalizar y romperse, o, también, redondas curvas femeninas o animales. Quiero decir.
L.

Te llamarán

sábado, 20 de julio de 2013

Tarjeta magnética


En mi nueva condición de desempleado y hombre libre, es decir, en mi novedoso alejamiento de oficinas, peceras, gabinetes, sainetes y deseos sin usar, carezco, entre tantas otras cosas, de tarjeta magnética. Para quien no sepa de qué se trata aclaro el punto. Es una placa imantada donde figura una imagen del empleado, datos extraños pero definitivos, líneas paralelas que son debidamente leídas por un molinete parecido a un sombrío robot. Los oficinistas lucen orgullosos la tarjeta mágica. Las mujeres se la cuelgan como un collar dorado entre los pechos. Los hombres la ostentan como un falo rotundo y prometedor. La tarjeta asegura la pertenencia a un club cerrado y sin escape. Da tranquilidad a las almas tranquilas. Es, casi, como la llave de una jaula diminuta donde el pájaro tratara inútilmente de volar. Pasar a vivir sin tarjeta magnética es como caminar por una playa ventosa y desolada. La intemperie sin principio y fin. Pero en mi nueva condición de desempleado y hombre libre no todo es inseguro como en el poema de Miguel Hernández. Sin ese rectángulo perfecto no todo está perdido. Porque ahora, en mi nueva condición de hombre libre, puedo entregarme al deseo y, sí, respirar.
L.

jueves, 18 de julio de 2013

Salvación por el silencio


Y está además la salvación por el silencio. Agujerear el discurso, callar al fin, como enmudece el cuerpo cuando está desnudo, una cosa así, la frase que se resuelve más en los huecos que en los nudos, como una mujer o como una grieta de alta montaña, ahí donde aparecen flores perfectas y heladas, de pronto, a diez mil metros sobre el mar, salvación por el silencio, prosa que se desgrana en el más puro vacío, la calma, el retiro, escuchar nada más que el viento o el sonido sin sonido que produce la luz al estallar. 
L.

Salvación por la palabra


Voy a postular la salvación por la palabra. La idea no es nueva y se relaciona con el capital simbólico. Se dice que el psicoanálisis freudiano tiende a la cura y aleja la locura mediante el ejercicio creativo del lenguaje. También algunas religiones apuestan a aliviar las almas y los cuerpos mediante la palabra divina o a través de la sagrada escritura que pronuncian los santos y los místicos. Aceptada la premisa sólo quedaría definir un poco mejor de qué palabra se trata en su función de salvavidas. En la existencia moderna todo el mundo habla para bien o para mal. Se dicen discursos huecos, pero llenos de voces, que poco o muy poco ayudan a aclarar las cosas. Al contrario. Funcionan al revés y lo confunden todo. A veces componen discursos de muerte encubiertos de falsa vitalidad. La poesía, si lo es realmente, encanta y conmueve. También es cierto que algunas palabras hacen más difícil la vida. Me refiero a esos vocablos que están como encriptados en el cuerpo y duelen, sí, como espinas. ¿Se trata de acabar con ellos como quien se libera de algo que oprime y agobia? Voy a postular la salvación por la palabra propia. Esa que al darle peso y sonido y olores a una vida la transforman, la dan vuelta, la vuelven a ubicar en el eje del tiempo, la ternura y el destino.
L. 

Un día nací ahí sencillamente

miércoles, 17 de julio de 2013

Sin intención


Lo que arruina todo es la intención. Todo es todo. De la escritura ni hablar. Todo aquel que escriba con alguna pretensión de posteridad, trascendencia, impacto en el público o lo que sea arruina el producto. Lo mismo le pasa al que se acerca a otra persona con intenciones claras de seducción. El plan suele arruinarse por esa vía. Con intención no se consigue pareja ni amigos ni nada. Algo parecido suele suceder con los que pretenden ser graciosos o inteligentes o cultos. No avanzan por ese lado. Lo que de pronto aparece, en cambio, lo no planificado, lo que surge del azar como los encuentros de Oliveira y la Maga en Rayuela, eso tiene futuro. Porque se hace sin ideas previas. Sin intención. Y el sabio, decían los chinos, no tiene ideas. No las tiene pero está dispuesto a tenerlas.
L.

domingo, 14 de julio de 2013


Un hombre muy normal

Adolf Eichman, criminal de guerra nazi condenado por haber cometido asesinatos masivos durante la segunda guerra mundial, no estaba loco. No era perverso. No mostró jamás señal alguna de psicosis o algo parecido. Al contrario. Al decir de Hannah Arendt, quien lo estudió a fondo y sin prejuicios en un ensayo brillante y doloroso que todos deberían leer (Eichman en Jerusalén), abundan las pruebas acerca de su envidiable equilibrio. Resulta difícil creerlo para el saber común y predominante entre nosotros. Durante el juicio al que fue sometido, Eichman recordó perfectamente las órdenes que recibió y cumplió con la mayor diligencia y meticulosidad. A comienzos de los años sesenta del siglo pasados seis psiquiatras especializados lo sometieron a todo tipo de chequeos médicos. "Eichman es más normal que yo", exclamó asombrado uno de ellos. Otro consideró que los rasgos psicológicos del "monstruo", incluida su actitud hacia su esposa, hijos, padre, madre, hermanos, hermanas y amigos era "no sólo normal sino ejemplar". Cabe insistir. Eichman no era un débil mental, ni un cínico, ni un doctrinario. Apenas le costaba un poco distinguir entre el bien y el mal, lo cual no es señal evidente de anomalías. Pensemos en Eichman un poco al menos. Pensemos en él todos los que nos creemos buenos, sanitos y correctos.
L.

sábado, 13 de julio de 2013


La belleza

Demasiada belleza me hace mal. No es fácil soportar un oleaje tan alto de hermosura. Sí. Me hace tan mal como la demasiada fealdad. Aburre un poco lo perfecto, lo carente de un mínimo nivel de suciedad. Se extraña al menos una partícula de polvo y desaliento. Mucho es demasiado. No es posible vivir la vida pensada solamente como una catedral. Hace falta una buena mancha y aprovecharla después plásticamente. Eso me enseñó hace tiempo mi maestro de arte. Hablo de Roberto Páez. Murió ya. Me enseñó a pintar cuadros observando el cuerpo de mujeres desnudas. Me enseñó a no ver esos cuerpos como tales sino como una amalgama inaudita de luces y sombras. Me dolían esas formas redondeadas de las muchachas en flor. Y me siguen doliendo todavía. Sólo puedo recordarlas gracias a lo incompleto de ellas, a la curva quebrada en un punto borroso del conjunto. Lo que sobra. Lo que mata. Demasiada belleza me hace mal. Hace falta por lo menos una mancha. Una sola. O quizás dos.
L

viernes, 12 de julio de 2013

Sólo porque me gusta


Los libros intrascendentes están escritos "para" alguien. Ahí quizás esté el problema. En la dedicatoria implícita. En eso de escribir para chicos, para adultos, para ancianos, para transmitir mensajes positivos, para calentar a mujeres solteras o a hombres insatisfechos, para vender, para enseñar a escribir, cocinar, coger y cosas así. Pienso en un libro que no fue escrito para nada ni para nadie. Pienso en El Principito de Antoine de Saint-Exupery. El autor fue piloto de línea y fue, además, un hombre muy solo. La idea de componer el célebre libro "para" niños no salió de él. Se cuenta al respecto que el autor se la pasaba dibujando y escribiendo cartas en servilletas de papel y en hojas de menú de restaurantes. Curtice Hitchcock, su editor, le preguntó un día por esas cartas y esos dibujos. La respuesta de Antoine fue tan sencilla como sorprendente. "Poca cosa -dijo-. Es el niño que llevo siempre en el corazón". ¿Y por qué no publicamos eso?, insistió con astucia el editor. Así nació El Principito. Sin intención premeditada. Porque sí. La anécdota recuerda unos lindos versos del poeta santafesino José Pedroni que cito de memoria. "Cuando estoy triste lijo mi cajita de música / No lo hago para nadie/ Sólo porque me gusta".
L.

jueves, 11 de julio de 2013

Paula se levanta la remera


Paula se levanta la remera de pronto y sin motivo aparente. Lo hace a la mañana, a la tarde o a la noche. Sin avisar. Hay otro dato singular en el gesto señalado. Paula no lleva corpiño cuando toma semejante decisión. O sea. Sus pechos asoman enérgicos y tensos luego de ser liberados de tal modo y, como se ha dicho, de manera inesperada. Paula es así. No hay en la actitud nada relacionado con seducción, ningún plan, ninguna propuesta decente o indecente, nada de esas cosas que se ven en las películas. Ella se levanta la remera y echa la cabeza hacia atrás como si quisiera mirar el techo o quién sabe qué. Es un invento personal que admiro en ella. Sube su remera o el buzo o la blusa hasta muy alto, rozando el cuello casi, y sus tetas, prefiero llamarlas así por razones estilísticas, apuntan directo a mis ojos como si fueran otros ojos que me buscan y preguntan algo desde algún lugar distante. No sé si la quiero por gestos como ese pero debe tener que ver. Paula se estira hacia arriba como una boa, o, mejor, como un elástico de los que se venden en las mercerías. Ella se queda de pronto fija como una estatua, semidesnuda y fija como si así detuviera el tiempo o el movimiento de los trenes. Y entonces, en ese mismo instante, le digo que la amo como se ama a alguien que siempre dice la palabra siempre. Y recién ahí Paula baja muy abajo su remera, es decir, como si ya no hiciera falta.
L. 

¿Y todo lo demás para qué?

miércoles, 10 de julio de 2013

No dañar


Cuando los estudiantes de Medicina se gradúan deben hacer algo llamado juramento hipocrático. Creo que se llama así. Ese juramento consiste básicamente en comprometerse a no dañar. Pensé. Cuánto mejor andarían las cosas si mucha gente se comprometiera ya no a hacer el bien sino, por lo menos, a no hacer daño. Y sin embargo escasean cada vez más los voluntarios dispuestos a privarse del triste goce de afectar la vida de los otros, agudizar sus males, meterse con malicia en el curso de los ríos, ensuciarlo todo, matar así sea con la indiferencia. No voy a predicar el amor porque ya se ha hecho con resultados imprecisos o insatisfactorios. Pero no dañar...Qué bueno sería.
L.

martes, 9 de julio de 2013

La ley del mundo


La ley del mundo es el accidente y no la regla. No existe lo habitual, lo común, lo de todos los días. Nos ilusionamos con eso para no matarnos o para no vivir la vida, para no tragar la sombra o la luz o la miel que se nos va como una temblorosa gota cuando se desliza en la sábana. Todo es absurdo. Hasta el discurso mejor preparado y lógico. La ley del mundo no es el camino sino el desvío del camino. La ley del desvío es afrontar lo inesperado, lo nunca visto ni olido, la mujer o el hombre siempre desnudos y siempre, también, recién nacidos y a punto de morir.
L.

lunes, 8 de julio de 2013

La verdad es mujer y está desnuda


La verdad, que es mujer, anda por la vida sin ropa exterior ni interior. Una verdad, por menor que sea, carece de pudor y va al encuentro del día y de la noche sin rodeos, sin engaños, sin máscaras. Por eso se le teme tanto en la comarca. Por eso se la elude o disfraza a través de atajos increíblemente elaborados. Porque la verdad duele. Porque no deja opción. Porque sólo se deja tocar y/o penetrar por los elegidos. La verdad es una mujer inalcanzable como totalidad. Pasamos la vida entera buscándola. El esfuerzo aun así vale la pena... aunque la tarea nos cueste la vida.
L.

domingo, 7 de julio de 2013

Recorte


Nada peor que el yo en expansión, sobre todo un domingo a la noche, el yo creciendo sin límites, a no ser que alguien o algo lo recorten un poco, una tijerita que puede estar en manos de una mujer o una banda de tambores como la de San Temo ahora, una voz tan agobiante como necesaria, un libro de aquellos, una música que suena de pronto y desinfla el globo del yo hasta pincharlo y dejarlo convertido en un sexo liberado al fin de urgencias, sí, algo debe poner freno al yo en expansión.
L.

viernes, 5 de julio de 2013

Volver a Rayuela


¿Encontraría a la Maga? Así empieza la célebre antinovela de Julio Cortázar de cuya primera publicación, en 1963, se cumplen ahora cincuenta años. Pero qué importan los aniversarios ante un texto ya clásico y definitivo como éste. A los fanáticos del Club de la Serpiente, de los desplantes de Horacio Oliveira y su alter ego Morelli, aquel que se preguntó para qué sirve la literatura si no es para destruirse a sí misma, los invito a participar de un taller presencial que empiezo a dictar el martes 16 de este mes. Son diez clases intensas de lectura y escritura disparadas por el juego infinito de la rayuela y la literatura. Los interesados deben consultar por costo, dinámica, lugar de funcionamiento y demás detalles en www.delaspalabras.com
L.

Las mujeres


Algo está pasando con las mujeres, o algo pasó siempre, que nos acerca a un pensamiento esencialmente religioso. Las mujeres están en comunidad con el cosmos y con la Tierra al mismo tiempo. Hablan si quieren con las plantas, con los animales, con los hijos. Eso no las excluye de las actividades mal llamadas masculinas. Las mujeres boxean, juegan al fútbol, levantan paredes a pocos metros del mar. Ellas, de algún modo, abren para los hombres no sólo sus piernas sino también el camino hacia una relación más profunda del humano con el mundo y lo sagrado. Mucho de lo que sabemos los hombres lo hemos aprendido de las mujeres, o, como decía Kierkegaard, "todo lo que sé lo aprendí de una jovencita, no de ella, sino a causa de ella".
L.

miércoles, 3 de julio de 2013

Despidos


¿Por qué echan a la gente de los trabajos? ¿Porque no cumplieron la consigna? ¿Porque se portaron mal? ¿Porque insultaron a los jefes y les mearon el escritorio? Qué rara cuestión y qué difícil analizarla. ¿Por qué echan a la gente de los trabajos? ¿Acaso no saben que sin salario el despedido se irá a pique? ¿No saben que de ese modo están matando a alguien en vida? ¿Por qué lo hacen? ¿El despedido daba pérdida? ¿Daba envidia su entereza? ¿Los jefes le temían? Qué preguntas extrañas. Pero...¿por qué echan a la gente de los trabajos?
L.

La estupidez


La estupidez de morir o vivir, la tontería de amar o dejar de hacerlo, la gran imbecilidad de sostener un blog que ya nadie lee. En eso consiste la existencia. En dejarse llevar por la estupidez, aceptarla, adorarla incluso, entender que no hay inteligencia en el cosmos, ninguna sabiduría especial, ninguna lógica, puro absurdo como la lluvia o el sol, como un beso robado a no sé quién, como estas frases sin rumbo. La estupidez de morir o vivir, la tontería de amar o dejar de hacerlo, la gran imbecilidad de sostener un blog que ya nadie lee. 
L.

Cartas de amor encubierto


Todo lo que se escribe es una carta de amor encubierta. ¿Dirigida a quién? A nadie o a todos. Se trata de un amor difuso como lo son todos los amores que se jactan de tener un objeto claro y excluyente. Pienso en las cartas que Franz Kafka le escribía a sus novias en tiempos donde el mail no existía. Más que cartas de amor eran textos provisionales que ayudaban al escritor a hacer soportables la distancia y la ausencia femenina. A Felice Bauer, una de sus mujeres de turno, llegó a escribirle tres cartas al día. Otros escritores como Rilke, Thomas Mann o Hesse dedicaron una parte considerable de sus vidas a componer desbordantes correspondencias. Kafka, que mientras se alejaba buscó siempre la cercanía, prefería el medio lento y exigente del género epistolar. Le costaba hablar por teléfono, y más con mujeres. Cartas. Sólo cartas. Una fantasía casi del autor que sueña que la mujer no es sólo objeto sino también sujeto del amor supuesto. Amor. Palabra inútil.
L.

Altura y pelos


Kafka y las chicas


Hubo y hay un gran malentendido en torno a la vida y la obra de Franz Kafka (1883-1924). Al autor de El proceso y América se lo supuso amargado, oscuro, lunático, una especie de monstruoso insecto como el de La metamorfosis. No fue así. Quien se tome el trabajo de acercarse a Kafka sin anteojeras descubrirá a un hombre activo, buen nadador, fino conversador, nudista por convicción, vegetariano, y, por sobre todo, incurable mujeriego. En este punto, la relación con las mujeres, se presenta un aspecto nada fácil de interpretar. Kafka padecía la dificultad de no poder disfrutar del sexo con las mujeres que verdaderamente amaba. Podía sí gozar con las putas de ocasión. El paseo preferido del escritor consistía en salir de ronda por los prostíbulos de Praga. En carta escrita a Milena, una de sus chicas, K. deslizó que sólo iría a la cama con una mujer amada como el precio a pagar por la alegría de estar juntos. Es una historia encerrada -diría Silvio-. Es sobre un ser de la nada. La sonrisa de Kafka es tan amplia y profunda como su obra. Esa luz se apagó apenas con su muerte precoz, por tuberculosis, cuando el mundo afilaba con esmero y lentitud las armas infinitas del nazismo y la desgracia.
L.

martes, 2 de julio de 2013

Peón cuatro rey


El primer campeón mundial de ajedrez, Wilhelm Steinitz, murió internado en un asilo de lunáticos. Fischer y Kasparov enfermaron casi al mismo tiempo. El acto de mover 32 piezas en un espacio de 64 casillas se convirtió para muchos en grave obsesión. El ajedrez fascinó por igual a Napoleón, Lenin, Guevara, Rembrandt, Dalí, Ernst, Chagall. Borges imaginó que Dios mueve al jugador y éste a las piezas. Las aventuras de Alicia en el País del Espejo desarrollan frase a frase un disparatado problema de ajedrez cuya posición inicial y absurda solución es propuesta al comienzo del libro. Nabokov, el autor de Lolita, definió al juego como un arte bello, complejo y estéril. Una novela suya cuenta la historia de un amigo realmente existente, el maestro Curt von Bardeleben, que se suicidió arrojándose por una ventana. Terrible coincidencia. Otros cuatro ajedrecistas lectores de Nabokov se mataron de igual modo. Habrá que cuidarse entonces de peones, alfiles, torres y caballos. Pero sobre todo habrá que estar atento al movimiento de las reinas. Son ellas las peligrosas. El rey es la víctima.
L.

Mover las piezas


Todo ajedrecista sabe que el drama principal del juego y de la vida ha sido y es la necesidad de mover las piezas. Si un jugador pudiera dejar las cosas congeladas, así como están, no habría riesgo de perder ni de ganar. Pero las reglas son estrictas. O mueven las blancas o mueven las negras. Y en el avance o retroceso de las piezas se generan nuevas, prometedoras y aun riesgosas situaciones. Uno puede hacerse el tonto por un rato. Pero a la larga se impone la acción. Y el movimiento genera movimiento cualesquiera sean la dirección y el resultado. Como el amor, el arte y los viajes el ajedrez puede hacer muy feliz a quien lo juega. Pero también muy infeliz ante la tragedia incógnita que se desata en el tablero. Es todo a vencer o morir. En la foto de arriba el artista francés Marcel Duchamp (1887-1968) juega al ajedrez con una mujer desnuda. El título de la imagen dice mucho. Duchamp enfrenta a una dama.
L.

lunes, 1 de julio de 2013

Parejas posibles


A. me deja unos chocolates y dos cocadas redondas y marrones para que el largo día se haga menos amargo y hueco. A. me pide, de noche, que gire el cuerpo mirando hacia la pared forrada de placares. Entonces me abraza desde atrás, bien pegada a mi cuerpo, casi adherida a la postura física y espiritual del cielo estirado, y así duelen menos los fantasmas de la noche. A. llora conmigo y contra mí cuando recordamos a Grusswillis, nuestro gato muerto y tan vivo al mismo tiempo. A. espera que yo salga de la ducha para poner la música exacta, la que puede salvarme, la que oímos un millón de veces como quien quiere rascar en el fondo de la ola, esa que nos acompañó en Ushuaia, en Valparaíso, en Valeria del Mar, en los bosques del País de Nunca Jamás. A. me quiere como a un perro de la lluvia. Y yo la quiero como se ama a una ventana que jamás se cierra para mí. A. no dice nada. Y no lo hace porque entre nosotros no hace falta decir nada. Gira, me dice. Y yo giro mirando a la pared que de pronto se ahonda y alarga como una tumba sin nombre.
L.