El objetivo de la educación ejercida habitualmente por padres, licenciados y maestros apunta a domesticarnos y adaptarnos. Obedecer las órdenes fue y sigue siendo un signo de buena educación. La escuela nos entrena para reprimir hasta las ganas de hacer pis. También para olvidar lo que somos y repetir como loros la palabra loro. Los maestros deberían enseñarnos lo contrario, es decir, educarnos para desaprender uno a uno los buenos modales y estimular en nosotros la fidelidad al deseo y a la verdad por más parcial que sea. Los malos educadores, en cambio, nos imponen la hipocresía como estilo y la resignación como sistema de vida.
L.
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