Entonces me despertaba y mi madre decía “hay que cambiar las sábanas”. Marlén iba a lavarlas. Ella, la del cabello largo y rizado, la que a veces se quedaba absorta en la cocina escuchando vallenatos y pensando tal vez en otras vidas posibles. Yo, simplemente alegre, sacaba las sábanas de mi cama y luego, en la tarde, las veía limpias y colgadas en el patio de la casa. Después del almuerzo salía corriendo y me metía entre las sábanas húmedas como si fueran un túnel con olor a jabón. Jugaba así. Recorriéndolas de un extremo a otro y a veces cayendo sobre el prado ensombrecido. Me di cuenta de que había crecido cuando un día me desperté y mi madre me dijo “hay que cambiar las sábanas”. Eso ya no me produjo ninguna emoción. Desde entonces preferí quedarme en la cocina junto a Marlén escuchando vallenatos y pensando en otras vidas posibles.
Andrea
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