La ley del mundo es el accidente y no la regla. No existe lo habitual, lo común, lo de todos los días. Nos ilusionamos con eso para no matarnos o para no vivir la vida, para no tragar la sombra o la luz o la miel que se nos va como una temblorosa gota cuando se desliza en la sábana. Todo es absurdo. Hasta el discurso mejor preparado y lógico. La ley del mundo no es el camino sino el desvío del camino. La ley del desvío es afrontar lo inesperado, lo nunca visto ni olido, la mujer o el hombre siempre desnudos y siempre, también, recién nacidos y a punto de morir.
L.
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