viernes, 26 de julio de 2013

Buena educación


El escritor peruano Julio Ramón Ribeyro (1929-1994) distinguió con energía el significado de las palabras cultura y erudición. Por cultura entendía un saber amplio, profundo, no basado exclusivamente en datos sino en relaciones y experiencias bien leídas y meditadas. El autor definía la erudición como un saber tan inútil como acumulativo. Hoy, como se sabe, todo eso puede obtenerse fácilmente mediante un buscador de Internet. Ribeyro fue claro en el punto. Los conocimientos de un hombre culto pueden no ser numerosos. Pero son armónicos, coherentes y, sobre todo, están íntimamente vinculados entre sí. El erudito, como el avaro, guarda su patrimonio en una media, ahí donde sólo cabe el enmohecimiento y la tediosa repetición. En el primer caso el conocimiento engendra conocimiento. En el segundo todo se resume en una alocada y vacua lista de nombres, fechas y acontecimientos. Por eso mismo, concluye el autor de Prosas apátridas, el componente de una tribu primitiva que posee el mundo en diez nociones básicas es más culto que un especialista en arte sacro bizantino que no sabe freír un par de huevos.
L.

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