sábado, 20 de julio de 2013

Tarjeta magnética


En mi nueva condición de desempleado y hombre libre, es decir, en mi novedoso alejamiento de oficinas, peceras, gabinetes, sainetes y deseos sin usar, carezco, entre tantas otras cosas, de tarjeta magnética. Para quien no sepa de qué se trata aclaro el punto. Es una placa imantada donde figura una imagen del empleado, datos extraños pero definitivos, líneas paralelas que son debidamente leídas por un molinete parecido a un sombrío robot. Los oficinistas lucen orgullosos la tarjeta mágica. Las mujeres se la cuelgan como un collar dorado entre los pechos. Los hombres la ostentan como un falo rotundo y prometedor. La tarjeta asegura la pertenencia a un club cerrado y sin escape. Da tranquilidad a las almas tranquilas. Es, casi, como la llave de una jaula diminuta donde el pájaro tratara inútilmente de volar. Pasar a vivir sin tarjeta magnética es como caminar por una playa ventosa y desolada. La intemperie sin principio y fin. Pero en mi nueva condición de desempleado y hombre libre no todo es inseguro como en el poema de Miguel Hernández. Sin ese rectángulo perfecto no todo está perdido. Porque ahora, en mi nueva condición de hombre libre, puedo entregarme al deseo y, sí, respirar.
L.

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