sábado, 21 de septiembre de 2013

Los viajes de Paula


No me gustan los viajes de Paula. No me gustan para nada. Entiendo su necesidad cotidiana de volver a la tierrita, como suele llamar a su país de origen. Entiendo la idea de familia, sobrinos, arepas, currulao y demás excusas de circunstancia. Pero no me agrada, por caso y por si acaso, dormir en la noche sin el abrazo habitual. Uno se acostumbra a ciertas cosas y perderlas de pronto, así sea por diez o quince días, es como quedarse en el aire con los brazos vacíos y saber que por ejemplo una almohada u otro cuerpo no podrían llenarlos de una forma equivalente. Duelen los adioses pronunciados en silencio. Para colmo, después, soportar el regreso mudo y desnudo desde Ezeiza, donde todo se ve tan limpito y feliz, para desembarcar luego en la soledad sola de una casa hueca. La cama revuelta en capas, los libros tirados en el piso junto a calzoncillos usados, pelos y papeles. Nada que mirar en el espejo y nada que esperar. Creo que ya lo dije. No me gustan los viajes de Paula. Y hoy levanto la mano en asamblea para decir me opongo en voz muy alta.
L.

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