Miro el álbum de atrás para adelante. Me veo tan joven en las últimas imágenes, tan increíblemente limpio, tan recién nacido. A medida que doy vuelta las páginas puedo apreciar el lento pero inevitable proceso de envejecimiento. Casi un anciano diez años atrás. Viejo en todo sentido y previsible hace tres décadas. Y, ya convertido en bebé, ahí sí, totalmente arruinado y seco, lleno de ideas anquilosadas, muerto al llegar. Cierro el álbum y pienso en todo el trabajo y el tiempo que cuesta empezar a ser alguien.
L.
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