Cuando Sigmund Freud era viejito (70 años) debió sufrir una delicada operación en la boca. Le instalaron, como recurso anticancerígeno, una especie de mandíbula mecánica. Justo a él cuya fuente principal de vida y trabajo era la palabra. Una mandíbula mecánica que pronto se convirtió en una prótesis odiosa. Como al pasar, en la única entrevista que se le hizo en vida, Freud habló del tema. Dijo que la situación le resultaba especialmente irritante. Dijo que, en varios momentos del día, mientras escribía o atendía a un paciente, se olvidaba casi totalmente del problema. Pero enseguida el dolor volvía. Aún así, dice en el citado reportaje, prefiero una mandíbula mecánica a no tener ninguna... y la vida a la extinción.
L.
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