sábado, 27 de agosto de 2011

Libertad y opresión


Está de moda entre los lectores de Deleuze y otros pensadores contemporáneos subestimar el papel del Estado en nuestras vidas. No lo necesitamos, dicen. Democracia directa, dicen. Usan otras palabras lindas como colectivos de pensamiento, autoconvocados, autogestión, etcétera. Curiosamente los sectores ultraconservadores piensan exactamente igual. Basta de Estado, dicen. Ninguna intervención, dicen. Libertad, para ellos, es liberalismo. Hace algún tiempo Lula, ex presidente de Brasil, aclaró la cuestión de una vez y para siempre. Los que están bien económicamente no necesitan del Estado, dijo. Los humildes, los trabajadores, los marginados, no pueden prescindir de ese aparato por más opresor que sea. Necesitan sí o sí de que existan hospitales grauitos, escuelas gratuitas (por eso luchan los jóvenes chilenos en estos días), parques públicos para tomar aire, espacio público, beneficios sociales. El estado opresor puede ser utilizado por los oprimidos para mejorar sus vidas así sea en parte. Y esto, curiosamente, no les interesa a los lectores de Deleuze y otros pensadores de moda.
L.

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