viernes, 5 de agosto de 2011
Bailando por un dueño
Nunca me detuve a ver el programa con atención. Debí haberlo hecho. Dicen que es el más visto de la Argentina. En casos así hay que taparse la nariz y tirarse a la pileta. Y ver. Y tratar de entender. Pensar. Ocurre que ayer, después de clase, esperaba un pedido de comida china en un restorán de barrio donde todos veían el programa. Vi a una tal Zaira -sensual, bonita y feliz- danzando con un caballero antiguo en medio de los gritos desesperados y desesperantes de un tal Tinelli. Vi un baile o algo parecido en donde Zaira mostraba el culo y otras partes fundamentales, frotaba con su pelvis los genitales del acompañante y la cámara, sin perder tiempo, hacía primeros y reiterados primeros planos de la entrepierna de la bailarina. La pareja obtuvo buen puntaje donado por vedettes en decadencia. Yo no podía creer lo que veía y, para colmo, el chop-suey demoraba. Esto no es una crítica moral. Es lindo ver cuerpos lindos mostrando cosas lindas para alimentar el lindo morbo de la población linda. Pero el programa debería llamarse Bailando por un dueño dado que no hay sueños ahí. O bailando por un amo. El conductor nos dice de qué debemos ocuparnos, qué nos debe interesar y qué debemos mirar. Y nosotros, divinos esclavos, aceptamos la divina droga. No importa que mientras tanto aviones de la Otán bombardeen una vez más la ciudad de Trípoli. No importan los quinientos estudiantes reprimidos en Chile. No importa el nuevo pacto Pro/Duhalde. O que todo se venga abajo en el teatro del mundo. Zaira nos da eso que nadie nos da. Satisfacción inmediata para la cena. Sólo que el plato, qué pena, sigue vacío.
L.
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