Me gusta ver a Paula cuando duerme. Suelo despertar antes que ella y verla así, en la otra mitad de la cama, se convierte para mí en una nueva forma del misterio. El asombro no depende tanto del cuerpo desnudo, Paula se desviste por completo a la hora de acostarse, sino del alma semidormida o quizás de ambas cosas o no sé. Párpados que tiemblan tensos, los brazos hacia atrás envolviendo extrañamente la cabeza, el vientre liso y blanco, la suavidad más suave en la entrepierna, las caderas anchas y lejanas. Pienso a veces que la deseo un poco más en ese estado de relativa ausencia. Paula duerme y todo parece ordenarse alrededor. Cesan los ruidos y las órdenes y asoma una música desconocida. Puedo pasarme horas imaginándola en su abismo. Me siento junto a ella como a la orilla de un río que, en cualquier momento, fuese a inundar de Paula el universo.
L.
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