En febrero de 1955 Luis Alejandro Velasco, tripulante del destructor colombiano Caldas, sobrevivió al hundimiento del buque y se convirtió en un náufrago de verdad. No en uno de esos que se ven dibujados en las historietas sino en un hombre extraviado en la nada, con balsa y todo, y sin que nadie se ocupe seriamente de rescatarlo. Diez días estuvo Alejandro Velasco boyando en el mar hasta que avistó una playa. La historia fue contada por el náufrago a un todavía muy joven García Márquez y se convirtió en libro mediante el conocido recurso de la entrevista-monólogo. El autor de Relato de un náufrago, que luego lo sería de Cien años de soledad, consiguió transmitir la desesperante soledad que habrá sentido el navegante arrojado de pronto al mayor desamparo imaginable. Las posesiones de Velasco se limitaban apenas a la balsa, el mar infinito, el cielo apretado de estrellas, los tiburones que lo rodeaban en círculo y una dosis ligera de esperanza. El náufrago de García Márquez había resuelto no rendirse. Sabía que no todos lo daban por muerto. Estaba dispuesto a pelear hasta el fin por su vida. A veces lo acompañaban las gaviotas. A veces ni siquiera el viento. Pero Velasco avanzó aún contra la indiferencia, la infamia y el desprecio. Y así llegó a destino.
L.
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