Todos los días las personas van y vienen. Entran y salen de la ruidosa estación. Los trenes salen cargados y vuelven vacíos a renovar el pasaje. Los pasajeros no hacen más que cruzarse entre sí. Con alguna gente los viajeros conversan cinco o seis minutos. Mujeres y hombres llegan a compartir juntos un tramo del recorrido. O diez tramos o veinte años de convivencia en un solo vagón y con cama incluida. Pero en el fondo y en el frente las personas no hacen sino cruzarse. No importa el tiempo transcurrido. Cruzarse y siempre de manera casual e inesperada. Y después, claro, se separan.
L.
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