Estaba en el extranjero, muy lejos, cuando recibió tres telegramas. Abrió el primero. Habían dinamitado su casa. Abrió el segundo. Habían matado a su mujer. Abrió el tercero. Habían masacrado a sus hijos. Cayó al suelo. Lentamente se levantó. Como no tenía dinero emprendió el retorno a pie. Su andar iba haciéndose más rápido. De hora en hora pedaleaba más velozmente. El velocímetro oscilaba entre 180 y 190. El estruendo del ejército blindado que dirigía resonaba en campos y valles. En la clara mañana los campos floridos se oscurecieron por la sombra de la inmensa cuadrilla de bombarderos que piloteaba. Distinguió, allá abajo, al enemigo. Detuvo su bicicleta, saltó a tierra, se enjugó la frente. Un árbol le ofrecía su sombra. Un pájaro cantaba. Sentado al borde del camino sentía los pies doloridos por el cansancio. Contempló los prados, los bosques, las montañas, aquellas misteriosas montañas.
Qué cosa inútil la venganza.
Excelente texto. Un abrazo profe
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