jueves, 14 de noviembre de 2013

Polilla

El médico y escritor ruso Antón Chéjov (1860-1904) vivió apenas 44 años dejando la herencia brillante de cinco mil páginas impresas de relatos, cuentos y obras de teatro. Poco puede decirse de él que no se haya dicho o escrito por ahí. Chéjov fue el narrador de la vida corta y estúpida y diez mil veces estúpida. Apostó, sin embargo, a la posibilidad de un cambio. Pensó que tal vez los lectores, al verse reflejados en la obra, buscarían una forma de enriquecimiento espiritual, algo diferente y menos banal. Quién sabe si lo consiguió. Una noche, tomado ya por la tuberculosis, el autor pidió a su mujer, la actriz Olga Knipper, que llamara a un médico. Chéjov y su esposa estaban alojados en un hotel de la Selva Negra. El doctor llegó y muy pronto entendió lo que pasaba. El escritor le dijo me muero en alemán. Ich sterbe. El médico ordenó de inmediato que le sirvieran champán. Chéjov bebió con placer y alcanzó a decir que hacía mucho que no probaba algo tan delicioso. Apuró la copa hasta el fondo, giró hacia el lado izquierdo de la cama y murió como quien se ahoga en un sueño. Acerca del episodio Olga cuenta algo curioso en su diario íntimo. "Cuando Antón Pavlovich dejó de existir -escribió- una polilla gris de dimensiones enormes entró por la ventana del cuarto, y, con un ruido desagradable, empezó a chocar contra las paredes, el techo y la lámpara, como si estuviera sumida en una agonía de muerte". 
L.

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