domingo, 25 de mayo de 2014

En la tormenta

La incertidumbre gobierna al mundo. La incertidumbre, la desorientación, el fantasma de la crisis permanente, las guerras locales, las angustias individuales, la confusión generalizada. Pensar en la tormenta se hace por eso más necesario que nunca. Y no para destapar la felicidad, como propone un eslogan reciente de Coca Cola, sino para encontrar un cierto orden en medio del gran desorden. Dar al fin con alguna forma de equilibrio que no se aferre al auxilio de nuevos ídolos o dioses de repuesto, a salvaciones tan fáciles y deslumbrantes como imposibles. Entre el oscurantismo dominante y el cientificismo extremo, el antídoto vital se resume, como lo ha dicho Lacan a manera de desafío último, en no ceder en el deseo, no adaptarse a lo que está, buscarse y buscar resistiendo a cualquier precio la domesticación a la cual pretenden someternos. La meta sería alcanzar un pensamiento ordenado del desorden subjetivo, alguna especie de inteligencia parcial, individual y colectiva que retome un cierto marco de referencia. En conclusión. No dejarnos hundir, no dejarnos llevar ciegamente a la deriva, no ceder en aquello que no es más propio, esencial y verdadero. 
L.

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