miércoles, 28 de mayo de 2014

Paula en el espejo


Después de la ducha Paula se viste y se desviste frente al espejo. La escena se repite casi todas las mañanas. Yo, recostado en la cama, suelo estar listo para salir. Hojeo una revista o leo un libro sin demasiado interés en la actividad. De tanto en tanto alzo la cabeza. No soy indiferente a lo que ocurre. Paula se quita las toallas, también el turbante en la cabeza, y se mira largamente en el espejo. Le digo, le dije hoy, que es más hermosa desnuda que vestida. Se enoja cuando digo eso. O hace como que se enoja. Luego se autocritica. Mis piernas están gordas, dice para ella misma o para mí. Replico que no es así y que de ser así lo que importa es el conjunto. Le digo que la belleza no puede medirse por tal o cual aspecto determinado a la manera de una prótesis. Es el conjunto lo que impacta. Pero la frase no deja de ser teórica y a Paula no le gusta la teoría. Se pone primero la ropa interior y luego se prueba blusas, pantalones y polleras que va desechando y cambiando de manera obsesiva. Finalmente da con la armonía buscada y se pone los aros que le regaló Rosa, una compatriota, y me pregunta si le quedan grandes. Sí, le digo a desgano, un poco grandes. Quizás con otra ropa. Paula entonces vuelve a desnudarse por completo para probarse vestidos que habiliten el uso de aros gigantes. Todo resulta extraño pero la escena siempre es deslumbrante. Por el ventanuco del baño, tipo ojo de buey, entra un rayo de sol que permite observar miles o millones de gotitas flotando en el haz luminoso. Se lo recuerdo mientras Paula, ahora con aros redondos y planetarios, se dispone a dar pelea. Me sonríe, se cuelga del hombro la mochila arhuaca y abre la puerta. Sos muy hermosa, insisto. Y recién entonces salimos al mundo.
L.

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