La francesa habla mal el castellano. Mal es poco. Muy mal. No consigue armar una frase coherente. Igual ella me gusta por sus vestidos negros y largos, por el turbante que usa en la cabeza roja y pelirroja, por su manera de soplarse las manos con la boca en forma de o cuando hace frío. Además tiene un piercing en la lengua que me genera una mezcla de respeto y miedo. La francesa toca el piano desde chica y además lee Niebla, un libro de Unamuno que ella pretende comparar con La vida es sueño de Calderón de la Barca o de los barcos. Caminé ayer con ella y con sueño una cuadra de cien metros entre tal y cual parada. Hablamos en general. Ella, la francesa, me dijo que la realidad incluye a los sueños, a las fantasías, al desespero que suele atravesarse lento y puntual entre las piernas. No tuve tiempo de decir nada. Subió al colectivo, sacó la lengua a su manera, y, cuando vi el piercing, me dio no sé qué.
L.
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