miércoles, 28 de mayo de 2014

Sin religiones

Las cosas que escribo y leo, las ideologías, mi fervor crítico e inquisidor, todo eso sirve de poco. Hablan el cuerpo, los olores que escondemos sin querer bajo la ropa, hablan los actos, habla sobre todo el gesto inesperado. Lo mejor sería renunciar a todas las religiones. A todas sin excepción. A las que tienen dioses pintados en cruces o estampas y a las que tienen deidades menores, entusiasmos provisorios, énfasis injustificados, y, una vez más, ideologías. Renunciar por ejemplo a la religión del amor, lo que no significa dejar de amar. Renunciar por ejemplo a la religión del sexo, lo que no significa abandonar esa forma de comunicarse. Renunciar por ejemplo a a la religión del pesimismo, lo que no significa dejar de ver el panorama sombrío de nuestro mundo. Renunciar por ejemplo a la religión del entusiasmo, lo que no implica dejar de entusiasmarse por esto o por aquello. No renunciar al beso y la caricia profunda, no renunciar a la memoria en todas sus variantes, no renunciar a la vida considerada sin mitificaciones. La vida es lo que es. Tampoco voy a levantarle un altar a este espacio ni al acto de suspender el viaje, algo que en cualquier momento puede, por qué no, retomarse.
L.

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