martes, 15 de noviembre de 2011
2047
Finalizado el año de las treinta guerras disuasivas, acabados los mares, destruídas por fin las grandes y pequeñas ciudades, el mundo se ha convertido en un páramo extenso y llamativamente plano. En la tierra de las últimas cosas ya nadie ve televisión. Los celulares implosionaron al igual que las computadoras. No hay ruido en las calles desiertas. Tampoco hay calles. De tanto en tanto se ve un cuerpo calcinado y pudorosamente cubierto por velos aislantes. No hay flores ni olor a flores en ninguna parte. Las treinta guerras disuasivas aniquilaron a gran parte de la humanidad y, naturalmente, a casi todas las especies animales y vegetales. Se ve algún gato, una paloma herida, una brizna de hierba empapada de uranio. Pero no mucho más. Del amor quedan recuerdos vagos en diez o veinte sobrevivientes. El sexo no se practica ya en ninguna de sus formas. En 2047 la vida se refugia en los planetas que se salvaron de la gran conflagración. Son apenas tres y están en riesgo de ser bombardeados. Hacia allá mira una mujer, ahora, desde una ventana cuyos vidrios se han quebrado en un millón de pedacitos. Observa un cielo estrellado y calmo donde todo está por empezar.
L.
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