miércoles, 23 de noviembre de 2011

La inspiración


Lorena, alumna de un taller literario a mi cargo, manda un mail para decirme que no está inspirada. No lo está para encarar el tercer ejercicio del curso. Le digo lo de siempre. No escribimos cuando estamos inspirados. Y no lo hacemos sencillamente porque raramente bajan a la computadora o al cuaderno de notas las nueve musas griegas. Ellas, las diosas, están muy entretenidas mirando el Facebook de los ángeles o navegando por blackberry. La inspiración, además, no existe. En eso se parece a las brujas. Entonces, cuando las palabras parecen cantar, cuando uno siente que las frases tienen la música justa, el ritmo exacto, la tensión precisa, puede llamar a ese estado de privilegio como más le guste. Pero lo mejor es que suelte el freno y deje rodar la locura. Es hermoso. Pero suponer que la inspiración es el único estado en que se hace literatura tiene un costo. Porque si nos limitamos a esperar ese instante casi orgásmico, esas ganas locas e irrefrenables de crear, corremos el riesgo de escribir una única página en toda la vida. ¡Pero qué página!
L.

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