viernes, 25 de noviembre de 2011

Bañeros


Hace unos siete u ocho años una mujer me sacó del agua y me salvó. Pertenecía al cuerpo de guardavidas de Necochea y Quequén. Yo me había aventurado muy adentro en el mar agitado. Fue, lo recuerdo ahora, una tontería. Estaba pescando y uno de los anzuelos de la línea de fondo se había enganchado en una roca a catorce metros de profundidad. Resolví salvar esa línea (un pescador de ley me entendería) y cuando quise volver a la costa ya no pude. Estiraba alto los brazos, hacía la patada con las piernas, pero las corrientes marinas me llevaban más y más adentro. La mejor brazada resultaba inútil. Caí en una especie de remolino y empecé a considerar la muerte inminente. Fue entonces cuando apareció la mujer perteneciente al cuerpo de guardavidas de Necochea y Quequén. La chica estaba especialmente entrenada. Me tomó suavemente de las manos, me dio unas pocas indicaciones y eso me permitió salir del pozo y recuperar la playa. No eran buenos esos años. Había perdido muchas cosas y pensé que no lo soportaría. Ana, la joven en cuestión, fue después mi novia o mi mujer, no sé cómo llamarla, y me mantuvo a flote por dos o tres años hasta que un día resolvió devolverme al remolino. Me empujó suavemente, tal como lo había hecho al comienzo, pero en dirección contraria. Y me dejó finalmente al borde de ahogarme. No me enojé por eso. Pero tuve que enfrentar la situación esta vez en completa soledad. Pude volver a la playa y ahí me encontré con Andrea, otra integrante del cuerpo de guardavidas de Necochea y Quequén. Andrea habla poco pero se maneja bien en el mar. Una vez nadó en estilo mariposa desde Buenos Aires hasta Bogotá, ciudad de Colombia donde fue recibida con flores y aplausos. El amor no es un bañero pero se le parece. Y el oleaje sigue siendo peligroso. Ahora me cuido más en el agua.
L.

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