martes, 15 de noviembre de 2011

2048


Mi padre y mi madre salieron increíblemente de la oscura madriguera en donde se hallaban. Sacudieron el polvo atómico de sus ropas y han resuelto volver juntos para siempre a la playa de Quequén. Empezar de nuevo, dijo mi padre. Empezar de nuevo, repitió mi madre como si se tratara de un rezo o un mandala. La casa en la playa está intacta. Hacia ahí se dirigen y voy tras ellos de la mano de una joven que una vez tapó mis ojos muy cerca del mar. ¿Quién soy?, había preguntado pegada a mi espalda húmeda. Esa escena, creo, fue mi primera experiencia sexual. Es asombroso pero ahora, en 2048, vuelve a ocurrir. ¿Quién soy? Los subversivos ganaron la guerra. No hay ya explotacion del hombre por el hombre. No hay tampoco cementerios. Los pocos que quedaban fueron convertidos en parques infantiles. En donde estaba el Sheraton Hotel hay ahora un hospital de niños. Los ejércitos del mundo acaban de ser disueltos. En Chile hay un recital de Quilapayún y en Buenos Aires se presentan Huerque Mapu y Violeta Parra. La barbarie quedó por fin atrás. El socialismo se ha impuesto en todos los países. Las jornadas laborales se redujeron a su mínima expresión y el egoísmo es visto como un gesto casi arquelógico. Aprovechando la destrucción de las computadoras en las guerras disuasivas de 2047 la gente vuelve a hablar entre sí, volvieron las cartas de amor, los hombres entran en las mujeres sin uso de preservativos y ellas se disponen a poblar el mundo nuevamente de seres despojados de odio y amargura. Los pajaritos cantan, las nubes se levantan, etcétera.
L.

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