No estás. Ya no. Los brazos se debaten en vano. Una vez más dije tu nombre en la orilla helada. Llegabas siempre entre olas altas. Con voz ronca. Con ojos secretos de agua viva entre hogueras. No estás. Ya no. Pero volvés siempre como algo antiguo y salvaje. Y eso, tu llegada, estremecía el instante y lo encendía. No estás. Ya no. Entre nosotros nada de insidias. Nada de cosas inútiles. Nada de nada.
L.
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