No es fácil dormir rodeado de libros. Las paredes de mi cuarto están forradas de bibliotecas ya sin capacidad de admitir un solo libro más. Nunca me puse a contar cuántos ejemplares hay en los estantes. Pero supongo que serán miles. Siento a veces sobre mí la mirada burlona de Yourcenar, Pavese, Kafka, Pessoa, Rulfo, Duras, Flaubert, Sontag o Kawabata. Escucho claramente sus carcajadas mientras me ven escribir unas pocas líneas mediocres para este blog. Todos ellos murieron hace tiempo así que no sé de qué se ríen. Pero ahí están sus palabras encerradas como pájaros más fuertes que todas las jaulas. Ellos aprendieron a soñar mejor y en la conquista del cielo o el infierno ya ganaron. Una de estas noches les prendo fuego a todos para hacerlos callar. Malditos muertos. Quedaría la opción de trabajar como ellos, en orgullosa soledad, hasta las cuatro o cinco de la madrugada. Hoy, mañana y el resto de los días que me quedan. Escribir y hacerlo bien es la única manera de sentir y entender algo de la vida. Pero ni siquiera eso aliviaría mi fastidio con estos dioses mudos que me rodean. No hay fósforo que los queme ni estante que los obligue a dormir en paz de una vez y para siempre. ¿Cómo escapar del insomnio en semejantes y tan desiguales condiciones?
L.
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