Los trabajos, como las parejas, dan una sensación de continuidad firme y constante. La infinita repetición de bromas, paseos, acciones físicas y demás refuerzan la impresión de eternidad inconmovible. Nada va a cambiar, pensamos. No hay nada que temer. Eso ocurre quizás porque, tanto en los trabajos como en las parejas, no atendemos a los cambios imperceptibles. Si les prestáramos la atención debida llegaríamos a la conclusión de que hay un proceso en marcha, que a cada instante se están produciendo ligeras pero constantes modificaciones y que el río, en cualquier momento, caerá en catarata hacia el cielo o el abismo. Son tranquilizadoras las rutinas. Eso es innegable. Pero no habría que fiarse tanto de ellas.
L.
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