La verdadera prueba de amor viene después. No antes y ni siquiera durante el acto banal y subsiguiente de fumar un cigarrillo compartido, ducharse, vestirse o mirar televisión. Viene después. Llega en los instantes, minutos, horas, días, meses, años, siglos que siguen a la imperiosa fusión de los cuerpos. Recién después se pone en juego el valor cierto del vínculo. Su pasado, su presente, su futuro. Si había algo más se notará posteriormente. Si había algo menos también. O sea. La verdadera prueba de amor viene después.
L.
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