domingo, 22 de julio de 2012

Se ve todo




En abril de 1940 un coleccionista de libros ofreció a Henry Miller cien dólares mensuales para que escribiera cuentos eróticos donde nada quede sin decir y mostrar. Dado que vivía en la mayor miseria Miller pensó un poco pero finalmente se negó. Escribir intimidades por encargo significaba para él una ocupación castradora y poco estimulante. Para colmo, armar relatos con alguien mirando las palabras desnudas por el ojo de la cerradura le quitaba toda espontaneidad y placer a la imaginación. Acto seguido Miller le propuso a Anaïs Nin, su mujer de entonces, que tomara la posta y se ocupara del asunto. Ella aceptó con el acuerdo del anciano y millonario coleccionista. Antes de cerrar trato el hombre le exigió a la autora de Delta de Venus que evitara la poesía y las descripciones no relacionadas directamente con el sexo. "Sea concreta", le ordenó. En poco tiempo la autora compuso treinta páginas de relatos eróticos a cambio de cien dólares al mes. Para ello tuvo que matar la poesía que, según sus palabras, es el último afrodisíaco que nos queda.
L.

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