Las sirenas son un peligro para el navegante. Eso se debe tal vez a la extraña fusión de pechos desnudos, misterio, cabellos de medusa y colas de pescado. El riesgo mayor es oír sus voces emergiendo como labios seductores desde el fondo oscuro de los mares. El viajero inexperto queda hipnotizado y se tira de cabeza a las aguas turbulentas. Supone que será bien recibido allá abajo. Pero no es así. Las sirenas comerán vivo al incauto. Por eso conviene estar alertas como Ulises en el momento crítico del viaje. La historia es conocida. Se hizo atar al mástil de la nave y se tapó los oídos. De ese modo pudo salvarse del desastre y seguir adelante. A veces hay que privarse. No saber, no escuchar, no enterarse de nada.
L.
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