Hay, es evidente, un placer especial en el castigo. No importa quién es la víctima y ni siquiera importan demasiado las razones. El castigo es uno solo y consiste en dañar a un semejante hasta verlo caer hecho pedazos en un abismo sin fondo. No importa de qué lado está el fuego disparado. Importan poco las razones esgrimidas para justificar la inquisición. Hay, es indudable, un goce especial en el castigo. En dañar, torturar, injuriar, aniquilar. El fuego es uno solo, solo uno, y el dolor carece de banderas. El sadismo es pasión de multitudes. Como es hoy. Como fue siempre. Y entre las grietas duras del castigo, como un sol inesperado, está el amor que acecha.
L.
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