Las libélulas esperan a sus amantes en las librerías. Cuando por fin aparecen, ellas se esconden jugando detrás del mostrador. En el momento del saludo las libélulas besan ligeramente. En la mejilla primero. En la boca después. Luego se muestran dispuestas a compartir la cena, antesala natural de un coito del que son fervorosas ejecutantes. Las libélulas ansían el intercambio amoroso por encima de todo. Los motivos de esta predilección son enigmáticos y los resultados no suelen ser favorables para la salud de los amantes. Las libélulas se desnudan con naturalidad, cuelgan sus alas en los placares y se entregan felices. La tragedia ocurre al final. Haciendo uso del finísimo aguijón las libélulas matan a sus compañeros de un modo imperceptible. Luego mueren, también ellas, como un sueño inconcluso. Y así termina el saludo de las libélulas.
L.
L.
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