Muchos, a veces, no hacen uno. Muchos sujetos, muchos predicados, muchas palabras, muchas justificaciones, demasiadas preguntas, mucho de todo en todas partes. Y uno se cansa a veces de esa multitudinaria multitud, de los gritos de felicidad o espanto, de la lluvia de libros y labios que nos tiran por la cabeza, nombres importantes, balas de oro y sangre, obligaciones muchas, consejos de autoayuda y todo tipo de muchidades que amuchan lo muchoso hasta más allá de lo soportable. Es entonces cuando uno aprende a disfrutar la soledad. Eso, claro, sin exagerar mucho.
L.
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