Hubo un tiempo en el que existieron personas. No me consta pero todo parece indicar que tales cosas o figuras existieron. Admito que no pude verlas en directo. Me hablaron de ellas algunos abuelos a punto de morir y lo leí en antiguos manuscritos de épocas remotas. La palabra persona, cuya traducción o etimología exacta es máscara, alude a cuerpos reales, es decir, de carne, sangre, huesos duros y largos. Las personas llamadas personas tenían olor, agujeros, pelos, sudor, deseos y sobre todo palabras. Los abuelos me contaron también que las personas hablaban con voz propia, orinaban con orina propia, se besaban a veces con un deseo inexplicable pero cierto de besarse. Es difícil imaginar una situación más rara y enojosa pero, insisto, los testimonios en tal sentido son irrefutables. Al parecer hubo personas en épocas remotas. Ahora ya no hay más. Los seres que se dicen vivientes se conectan entre sí a través de pantallas de todos los tamaños. El contacto es breve y a veces, como todo el mundo sabe, se suspende por voluntad ya sea del receptor o del emisor de algo denominado mensaje. Quizás me engañaron los abuelos y los manuscritos. Quizás no hayan existido personas jamás. Quién sabe. Pero en todo caso lo que existe ahora es otra cosa. Fantasmas, sombras de fantasmas, caracteres de humo y niebla que se intercambian señales parecidas a ecos de montaña. La frecuencia de los envíos es alta pero no hay carne ni sangre ni sudor ni olor ni huesos duros y largos. Sólo pantallas de todos los tamaños. Pantallas como por ejemplo ésta. Pantallas. No hay más personas. Ni una.
L.
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