Es difícil medir los tiempos del amor. Freud se animó a calcular una duración aproximada de dos o tres años. Dado que la atracción se basa en la sorpresa -fundamentó- mal puede esperarse que la novedad se estire demasiado. Nada es para siempre. Y por la razón que sea la misma persona que generó fuertes emociones en un momento deja de hacerlo en otro. Surge entonces una nueva sensación, el apego, basada en la seguridad, el afecto, el confort real o aparente que se observa en parejas duraderas. Los enamorados del amor desesperan ante lo efímero y buscan una doble salida: cambiar de pareja constantemente, lo que siempre es un lío, o mantener la estabilidad hogareña depositando la pasión en cama ajena. Otro lío. Se concluye finalmente que tampoco el adulterio resuelve la cuestión. Suele decirse que los únicos amores que perduran son los que terminan en su mejor momento. Puede ser. Ningún camino es perfecto. En este mundo, decía Wilde, hay solo dos tragedias: una es no obtener lo que se quiere. La otra es obtenerlo.
L.
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