Estaba en la vereda cuando Pablo me invitó a pasear. Salimos del pueblo y caminamos hasta el lago. Subimos a una canoa y empezamos a remar. Lejos de la costa vimos un ceibo. Era enorme y sus ramas se veían fuertes. Le dije a Pablo que en ese árbol me gustaría vivir. “Lástima que un día va a hundirse –dijo él en voz baja-. Rodeado de tanta agua se ahogará”. Quedé muda y pensativa. Lo imaginé gris, sin hojas, tan solitario como ahora. “Entonces debemos secar el lago”, le dije. “No –advirtió Pablo sin soltar el remo-. El ceibo necesita agua para vivir”.
A.
Buena historia y bien contada. Lo mismo que mata (el agua en este caso) es lo que da vida. Y así es la cosa nomás.
ResponderEliminarRulo
Tal vez un día el ceibo se hunda. Tal vez un día el lago se seque. Tal vez un día no estén más paseando en canoa. Pero hoy están juntos paseando en el lago y ven a lo lejos un hermoso ceibo fuerte.
ResponderEliminarGraciela B
Me inclino por pensar que solos (de la mano del hombre), árbol y agua, llegarán a un acuerdo.
ResponderEliminarSaluti
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