martes, 8 de noviembre de 2011

Colombia sangra en las montañas


Le pedí a Andrea que escribiera sobre el tema pero prefirió no hacerlo. Conozco bien el oscuro silencio colombiano así que no insistí. El tema. Hace unos días vi por televisión a un exultante Juan Manuel Santos, presidente del país del miedo, anunciar con inocultable alegría el asesinato del lider guerrillero Alfonso Cano, número uno de las Farc. El hecho se produjo en la región del Cauca, una zona especialmente fría de la cordillera central. El hombre estaba condenado hace rato. Lo cercaron, pincharon sus radios, lo dejaron sin comida, lo aislaron por completo, y, luego, al estilo estadounidense en Irak, Libia o Afganistán, le tiraron bombas y más bombas hasta aniquilarlo. Poco después, por Internet, el secretariado de las Farc se limitó a destacar en un comunicado la voluntad pacificadora de Cano, algo fácil de comprobar leyendo sus últimos manifiestos que pueden verse por youtube. No será ésta la primera vez que los oprimidos y explotados de Colombia lloran a sus dirigentes, añade la declaración. En la Argentina pocos saben que en la tierra del café, el vallenato y la fiesta permanente hay 60 mil desaparecidos (notable proeza de los paracos o paramilitares), entre tres y cinco millones de desplazados y una violencia que no hace más que aumentar sobre un fondo de desigualdad social que roza lo intolerable. La "solución" armada, como la "solución final" de Hitler o el aniquilamiento en la Argentina de 30 mil chicos y chicas que en su mayoría soñaban con un país más justo, no resuelve problemas de fondo. Antropólogo, ex militante de la Juventud Comunista, intelectual destacado, Alfonso Cano abandonó familia y comodidades para irse al monte detrás de un sueño. No voy a juzgar su decisión. No soy quién para hacerlo. No defiendo la lucha armada como método. No, al menos, mientras existan otras vías de transformación política y social. De hecho la guerrilla colombiana ha sido calificada con razón como prehistórica. Pero no es esa la cuestión en debate. A punto de morir Alfonso Cano extravió sus clásicos anteojos negros. El marco redondo y los vidrios intactos de esos lentes fueron hallados en el campamento bombardeado. Cano tenía los ojos abiertos y así fue fotografiado en una imagen que recorrió el mundo. Esa atenta y doliente mirada interpela hoy a todos los colombianos y, también, así sea indirectamente, a todos nosotros. ¿Cómo no entender el oscuro silencio de Andrea?
L.

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