jueves, 3 de noviembre de 2011
Durmiendo con el enemigo
Mi peluquero dice que el error de los militares argentinos fue haber "desaparecido" a los 30 mil. Lo que debieron haber hecho, dice mi peluquero, es cortarlos en pedacitos, meterlos en una bolsa y entregarlos así a los familiares. Pensé que se trataba de una excepción, un caso raro, un psicópata suelto que además corta el pelo. Pero no. Subo al tren y una señora propone "que vuelvan las botas". Leo una revista que mucha gente lee en Buenos Aires. Un periodista dice ahí que todo bien con las sentencias de la Esma pero, aclara, no debemos olvidar a "la subversión apátrida". Pensé también que se trataba de dos excepciones más. La señora del tren. El peluquero. El periodista. Pero no. Leo en el diario La Nueva Provincia, matutino tradicional de este país, que sin duda los militares usaron métodos crueles en los setenta. Pero que si no hubiera sido por esa crueldad "no se hubiese ganado la guerra contra la subversión". Viví en esa época. No hubo guerra alguna. Ni siquiera un solo enfrentamiento. A la gente la sacaban de la casa mientras dormía y se la llevaban. Antes robaban todo lo que había. Después torturaban, violaban y arrojaban los cuerpos al río. ¿Qué pensar entonces? ¿Hubo una guerra y no me di cuenta? Prefiero no engañarme. Hay un sector de la población argentina que está dispuesto, como Astiz, a volver a matar. No son gente mala. Al contrario. Mi peluquero es un hombre de familia. La señora del tren debe ser buena madre y esposa. Los periodistas que advierten sobre la subversión seguramente llevan a sus hijos al cine y le regalan flores a la esposa. Aún así. Cuidado. El enemigo se ha metido en la cama y no descansa. Voy a empezar por cambiar de peluquero.
L.
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