lunes, 7 de mayo de 2012

La desaparición del erotismo



Leo una nota de Vargas Llosa, el autor de La ciudad y los perros, que lleva el título del presente posteo. La desaparición del erotismo. El peruano es buen narrador. Quizás el mejor. No comparto su ideología favorable siempre y en todos los casos al poder imperial del que se siente y es vocero. Lo respeto, sí, como escritor. Dice Vargas Llosa que debemos evitar que la vida sexual se banalice o animalice. Sostiene que, para no desaparecer, el erotismo "debe cuidar las formas y la teatralidad". De ese modo, añade, se alejará "de las gentes primitivas". En la nota dice también que una sexualidad así concebida "exige sensibilidad refinada y una alta cultura literaria y artística". De lo contrario, concluye, el acto físico terminará convertido en "algo tan común y corriente como comer, dormir e ir al trabajo". Advierte por último que la literatura libertina debería eludir "todo lo que hay de soez y repulsivo en un acoplamiento sexual", de tal modo convertido en "mera satisfacción del instinto reproductor". En fin. No es posible discutir con semejantes ideas en un modesto blog como éste. No habría espacio tampoco. Rechazo, aún así, que al aparearse las parejas deban dedicarse a cuidar las formas y la teatralidad. Si se miente tanto y en todas partes sería bueno un poco de franqueza al menos en la cama. El acto sexual en sí no es un poema sinfónico, como creen algunos, sino algo saludablemente soez y repulsivo que entre los amantes se vuelve tan natural como comer, dormir o ir al trabajo. Por eso dice Lacan que no hay relación sexual vista como una fusión total y completa sino apenas el enlace de una parte del cuerpo de alguien con otra parte del cuerpo del compañero o compañera. Además no pienso que hacer el amor, coger o como se llame requiera de una "sensibilidad refinada y de una cultura literaria y artística", como supone Vargas Llosa. Célebres criminales de guerra nazis escuchaban a Wagner mientras incineraban los cuerpos de millones de judíos. Muchos represores de la última dictadura militar argentina alternaban sus reiteradas torturas y violaciones de mujeres y hombres, luego eliminados, con la asistencia puntual a conciertos de Mozart o la jactancia de su elevada condición de católicos apostólicos y romanos. Esto ya es demasiado largo. Debo cuidar las formas, como pide Vargas Llosa. Es tiempo, por eso, de acabar.
L.

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