Me arrodillo ante la reina. Ella es despótica y etérea como todas las reinas. Le temo y la adoro. La considero una diosa y me arrodillo temblando a la altura del suelo. La huelo. La tierra tiembla también. Luego coloco mis manos detrás de sus piernas y empiezo a subir por ellas. La mujer hierática está desnuda y no se mueve. Es la reina. Mis manos la toman fuertemente de las nalgas. Toda ella viene hacia mí como vienen la reinas cuando se rinden y caen. Podría decir que estoy soñando. Pero así son las cosas en este rincón del palacio.
L.
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