Pudo ser ella, digo, la del colectivo, la del fondo. No pude verla bien entre tanta gente. Era uno de esos colectivos largos con una especie de acordeón en el medio. Se doblan en V. Son raros. Pero yo estaba hablando de otra cosa. Vi una mujer demasiado parecida a la que alguna vez consideré el amor de mi vida o alguna tontería de esas. En todo caso está más delgada. Un poco nomás. Y el pelo ya no se ve tan esparcido como en la mañana en que fuimos a la playa de mi infancia, no importa el nombre, y el viento casi la alzó como un ángel y la proyectó al cielo, por encima de las olas, pero todo esto, debo admitirlo, es mala literatura. Ningún viento la elevó y ella, además, no era ni es una virgen. Más después de lo que pasó en los años que vivimos juntos. Pudo ser ella, digo, la del fondo. Llevaba una mochila demasiado parecida a la que usaba cuando iba a la facultad y volvía tarde, medio ebria, y se acostaba cuando yo dormía o me hacía el que dormía. Pero dado que ella estaba colocada ponía su mano entre mis piernas y usaba palabras que podrían calificarse de afectuosas. El acto en sí perdía importancia frente a tamaño acercamiento. Ni el fétido aliento a alcohol me importaba. Pudo ser ella, sí. Pero en todo caso está más alta, más seria, menos liviana que en aquellos días. Esto ni siquiera es un relato. No hay anécdota. No hay comienzo, nudo o desenlace redondo. Pudo ser ella. De eso estoy casi seguro. Hasta pensé en llegar al fondo y saludarla. Pero claro, como suele suceder en tales casos, había llegado para mí la hora de bajar.
L.
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