Una cosa es escribir con buena pluma. Qué lindo. Qué fino. Otra es comer un pedazo de carne con tenedor. No se puede escribir sin comer. Ahí aparece el problema. Salvo tal o cual excepción escribir no da plata. Shakespeare fue cuidador de caballos. Cervantes recaudador de impuestos. Juan Rulfo, el autor de Pedro Páramo, trabajó en una fábrica de llantas. Kafka en una compañía de seguros. Luego fue empleado público en el ministerio de Trabajo. Cuando Borges escribió La biblioteca de Babel era empleado en una repartición municipal de baja categoría. Faulkner escribió una novela mientras alimentaba con paladas de carbón una bobina eléctrica. Más tarde fue despedido de un puesto en el correo porque no repartía las cartas que le entregaban. Rainer María Rilke vivía en un palacio. Pero no podía escribir si desde el otro lado del parque sonaba una sierra. Chejov era médico rural y cuando volvía tarde en la noche lo esperaba un cuarto lleno de gente incluyendo bebés que gritaban y familiares peleándose. En medio de tantos líos y trabajos los autores mencionados hicieron obras que, tal vez, queden para siempre. Otras personas, que cuentan con todo el tiempo y el dinero del mundo, no hacen nada. Conclusión. No alcanza la pluma. El tenedor tampoco.
L.
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